domingo, 24 de abril de 2011

DETRÁS DE LA PUERTA


Detrás de la puerta es la historia con la que se puede identificar muchas personas, porque en la sociedad en la que viven les puede llevar al abismo que le llevó a la protagonista de esta historia.

Quiero si ustedes me lo permitís omitir todo lo que sirva para identificarme, prefiero seguir en el más puro anonimato.

Mi nombre es Carmen, nacida poco antes que terminara esa guerra absurda donde tuvieron que luchar padres con hijos e hijos con padres. Como todas las familias había más escaseces que sobras, pero los seres humanos a más pobreza más hijos, sin pensar que a más bocas menos comida. Este fue mi caso, la más pequeña de cuatro donde cada día nos uníamos todas a una para que de la forma más natural que era el llanto, pedir lo que por derecho propio nos pertenecía el alimento, que al no haber lo camuflábamos con el sueño.

Hija y nieta de alcohólicos que lo único que hacían era cambiar lo poco que teníamos en vez de leche, era la botella de vino, que una vez bebida las reacciones eran siempre igual, bronca y más bronca y al final el postre, palos para todos. Creo que lo único que no podemos parar es el tiempo y aun menos nuestro crecimiento, cuando pasamos de la niñez a la pubertad, nuestra única idea es escapar, comparado con el preso que lleva muchos años en cautividad.

Mi única idea era crecer lo más pronto posible y alejarme de ese infierno llamado hogar, pero es una doble trampa porque tenemos tantas ganas que muchas veces a ciegas elegimos a la pareja y, o nos conformamos con el primero que nos da la mano. Cuando me llegó la hora como a todo ser humano me puse a la cola del amor, escogiendo a un ser que desde el primer día sabia cuanto podía dar, enfermizo, sin personalidad, pero era mi transporte para salir de esa prisión en la cual viví tantos años. Sin pensarlo me uní llevando en nuestro equipaje las miserias de nuestras vidas.

Pero todo el mundo tiene derecho a ser dentro de sus posibilidades feliz, no todo fue negativo en nuestras vidas, aparte de la personalidad. Sebastián era muy trabajador, esto fue lo que hizo que al poco tiempo compráramos nuestro piso, dentro de la pobreza no nos faltaba de nada, con estas perspectivas empezamos a pensar en tener hijos. Vinieron dos, una niña y un niño, todo marchaba bastante bien pero el libro de la vida nos guarda unas páginas muy sorprendentes y crudas. Cuando mis hijos entraban en la pubertad mi marido tuvo un accidente quedando parapléjico, perdiendo toda su movilidad motriz, incluyendo el habla.

Aunque la empresa se portó muy bien, dándole el cien por cien de lo que cobraba esto a mí aunque me cubría las necesidades me trajo y me obligaba a cambiar toda mi vida y mi forma de vivir. Cuando esto ocurre toda la familia al completo quiere ayudar, bien por compasión o por obligación, al igual que los hijos te ayudan pero tienen su vida. Más tarde y poco a poco los familiares se van marchando, tus hijos salen y entran y más en la edad joven que están entrando en esa faceta llamada amor, y aquí es cuando la más cruda realidad aparece en tu vida, la soledad, amiga y compañera que te acompañará a lo largo de tu vida.

Bien lo sabe Dios que la enfermedad de mi marido nunca me impidió de estar por mis hijos, los cuidaba, mimaba, los atendía lo mejor que podía. Pero hoy en día los jóvenes tienen un comportamiento en casa, y otro muy diferente en la calle, pero el amor hacia ellos es tan grande que te pones una venda en los ojos y no ves la realidad, una realidad que no comprendes y aún menos entiendes porque en un momento tu vida da un giro de 90 grados y más cuando vuelve todo tu pasado, con los miedos, la angustia y la impotencia de ver como una niña tiene que vivir, los cambios tan bruscos de tus seres queridos debido a no controlarse y rechazar una maldita botella de vino.

Quiero volver a mi niñez porque he dejado algo muy importante que quiero y a través de este escrito sacarlo a la luz, comprendo que no puedo borrarlo de mi vida, pero si pretendo alarmar a todas las madres que cuando en su entorno, haya familiares alcohólicos vigilen muy de cerca a sus hijos, y principalmente a las hijas pequeñas. Porque mientras mi padre nos hacia un chantaje emocional, puerta abierta a una personalidad enfermiza que la arrastrará mientras viva, la otra era quizás la más dura de las experiencias, la sexual, en la que era sometida por el tocamiento de mi abuelo creándome de por vida un asco a todo lo relacionado con los hombres. El miedo que le tenía a los dos era tan fuerte que muchas veces era mi propia madre la que me tenía que sacar de debajo de la cama mojada de pipi, que sin poder evitar me lo hacía encima. Pero o una de dos, o mi madre era una ingenua o lo mismo que nosotros, le tenía miedo a mi padre y mi abuelo.

Bien con vuestro permiso vuelvo a retomar la parte más dura y más cuando tus hijos ya son grandes y crees que todo va bien, hasta que un día pican a la puerta y ves que a tu hijo lo traen dos amigos que lo dejan en la puerta como si fuera un paquete. Pero la tragedia acababa de empezar porque de la forma que estaba mi hijo no era la primera vez que se emborrachaba, tenía fama entre los amigos como el mejor bebedor. Cuando tenemos este problema en casa queremos taparlo lo mejor posible ante la familia y amigos, pero detrás de la puerta empiezan tus pesadillas del pasado y el presente. Un marido en cama, un hijo que no puede controlar el alcohol, y apunto de contraer matrimonio con una joven, que ponemos todas nuestras esperanzas para que lo cambie, y a través de sus hijos tenga más responsabilidad y deje de una vez para siempre esa droga que no hay forma de erradicar en la sociedad, que no solamente es la causante de muchas muertes jóvenes, también la muerte de muchas familias en vida.

Queridos amigos, es muy difícil cambiar las formas de ser o cambiar de pronto nuestros hábitos, ni cambiaron mis familiares que bebían y aunque me duela decirlo tampoco cambió mi hijo, incluso con sus tres hijos desde el primer momento me uní a mi nuera, aunque ella siempre pensó que como era mi hijo lo amparaba y protegía muchas veces quizás más que a sus propios nietos. Hoy quiero pedirle públicamente perdón porque ella llevaba toda la razón del mundo, incluso viendo yo la verdad y haberlo sufrido en mis carnes la señalé como la culpable de que mi hijo fuera un alcohólico. Buscamos una y otra vez un culpable sin darnos cuenta que somos nosotros mismos los que nos ponemos la cruz tan pesada y culpamos sin escrúpulos a la sociedad o a Dios.

Aunque la historia que hoy quiero dedicar a todos los alcohólicos del mundo y, en especial a los que como yo lo vivimos desde detrás de la última puerta de nuestro hogar. Esa puerta que me hubiera gustado abrir para que en primer lugar mi familia supiera mi fuerte problema, pero por vergüenza, inseguridad la dejamos cerrada para aislarnos del mundo y como una vulgar delincuente escondernos detrás. Creemos o pensamos que podemos controlar esa parte débil que no lleva directamente a unas situaciones que nos hacen vivir toda la dureza de un pasado. En un día los que llamamos bajones, luché y bien lo sabe Dios en no coger esa botella que por más vueltas que daba la tenía siempre delante de mí, no podía jamás ser débil y esconderme como una vulgar ladrona y así saciar mis penas y soledad, a través del alcohol lejos de mí estaba esa intención, quizás cuando juzgamos a los demás pensamos que son débiles y que no son capaces de dejar ese liquido infernal que los lleva a unos caminos donde no solamente pierden su salud, también sus familias, amigos y su credibilidad y personalidad para ejercer su trabajo.

No quiero justificar mis comportamientos o actos pero si puedo decir que ojala en cada uno de mis gritos ahogados, o en el silencio de mi habitación con una sola acompañante, mi propia soledad, alguien me hubiera escuchado hoy quizás no me estaría maldiciendo cuando cogí por primera vez esa botella de cerveza que empecé por una y hoy no me conformo con menos de diez. Al beber en el más puro anonimato y detrás de la puerta ya en la calle y para mi familia y amigos, es que tengo una enfermedad actual, la que llaman Depresión. Hoy y antes de que pueda atentar contra mi vida me gustaría daros un consejo, y es que si estáis en mi situación, primero buscar a los profesionales, contarles sin miedo vuestra situación y muy importante lo que os llevó a esta delicada situación. Más tarde dirigiros a los amigos que creáis que estén preparados para escucharos.

No quiero buscar justificaciones para mi cobardía aunque el lector tenga una opinión distinta a la mía. No quiero ni imaginarme si aún viviera mi abuelo, mi padre, los dos juntos de las manos con mis hijos y yo, camino de los profesionales buscando ayuda, sería un cuadro patético, o lo nunca visto.

En nuestra sociedad si está mal visto que un hombre beba, aún está peor vista una mujer alcohólica, me preguntareis si se me pasó por la cabeza de ir y ponerme en manos de los profesionales, lo pensé muchas veces pero el miedo al qué dirán y creen la gran mentira que podía controlarme, esto me hacía crecerme y dominar la situación pero los que estamos enfermos, es como si dentro de nosotros tuviéramos un ser que nos dice o nos contradice lo contrario de lo que pensamos. Por poner un ejemplo, hoy cuando me levanté me prometí a mi misma que no bebería, después de desayunar, y atender a mi marido la otra yo empieza a machacarme mi mente una y otra vez, bebe, bebe y no seas tonta, mira la botella de cerveza lo fresquita que está. Me tapo los oídos pero la voz penetra como unos finos cuchillos, sin poder evitarlo escuchar finalmente la voz gana, aquí empieza mi calvario, y más cuando me bebo la primera, busco la segunda, y si no hay más me arreglo a toda prisa para comprar en la tienda. Cuando después de siete u ocho mi cuerpo entra en un estado de placer momentáneos, creyendo de pronto que soy una princesa para más tarde sentirme como una bella doncella. Este estado es tan fuerte que no escucho los lamentos de mi marido llamándome, esta euforia tarda muy poco en pasar, es como el humo que no podemos retener entre nuestras manos, pero nos queda el resentimiento, la amargura que nos recuerda todo el día lo débiles que somos.

Pero nos prometemos que jamás lo volveremos a hacer, le pido a Dios que me de fuerzas para superar esta enfermedad, y más cuando mi hijo llorando me dice: Mamá no puedo más, llévame a cualquier centro porque voy a perder a mi mujer, y a mis hijos. Que puedo contestarle si el cuerpo de mi enfermedad está escondido en el cubo de la basura. Que Dios nos ayude.

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