domingo, 24 de abril de 2011

MI REALIDAD


Para empezar quiero agradecerte la labor que haces en la Tierra, lo mismo que aquí.

Aprovechando tus energías, me gustaría repetir lo que tú muy a menudo nos dices; que la casualidad no existe, que Dios en algunos momentos tensa los hilos para que, a través de ellos, podamos conocernos en el transcurso de la vida o por lo conocimientos de los familiares, una vez que dejemos la Tierra.

Precisamente, ese fue mi caso; no tuve la suerte de conocerte en la Tierra, cosa que ya me hubiera gustado, pero aquí donde estoy ahora compruebo como ayudas a mi familia y me parece suficiente. Te doy mi más sincero agradecimiento. Como tus fuerzas espirituales son de sobras conocidas aquí, pongo mis energías a tú disposición para que sirvan de luz y ayuden a sacar mi historia para que no quede en el baúl de los recuerdos olvidados.

Lazarillo: en algunos momentos de la historia se habló mucho de ellos y por no nombrar a todos nombraré al más relevante, el “Lazarillo de Tormes”. Aunque su biografía quedó plasmada en los escritos, se le dio vertientes que no se correspondían con la realidad, ya que los sentimientos nadie, ni escritor ni romanceros ni poetas, podrán saber lo que sentimos los que alguna vez fuimos “Lazarillos”.

Nunca me gustó mirar hacia atrás pero, en la vida, después de pasar muchos momentos agridulces y otros muy amargos, tengo que hacerlo para poder sacar a la luz todo lo que pasé en mi niñez, y tengo la completa seguridad de que al ponerlo en tus manos sabrás sacarlo a la luz en tus escritos.

Todo empezó siendo una niña, bueno eso de niña habría que borrarlo porque nunca lo fui. A una edad muy temprana tuve que dejar las muñecas aparcadas para poder acompañar a mi padre, que era ciego y que nos ganábamos la vida de las limosnas que le daban cuando él cantaba sobre los sucesos que ocurrían en la época, recorriendo los pueblos castellanos de mi sombría y seria Castilla. Tuve que hacer de lazarillo porque era la mayor de cinco hermanos y mi madre se tenía que hacer cargo del resto. A trancas y barrancas aprendí a leer y a escribir y, aunque parezca increíble, mi profesor fue mi padre. Íbamos de pueblo en pueblo, con frío, lluvia o nieve. Si para los adultos es duro, que no sería para una niña de diez años, que en lugar de estar allí debería estar acurrucada con su madre, en el colegio o jugando a ser mayor con sus amigos en el colegio. Así pasé mi niñez, pero antes de saltar hacia adelante quiero contar una triste historia.

Siempre que podíamos guardábamos un poco de dinero para tiempos difíciles. Todo ocurrió de la manera que voy a contarte, amigo mío.

Una tarde noche, con un frío que calaba hasta los huesos nos dirigimos hacia una fonda, que así era como se llamaban en aquél tiempo a las pensiones. Y pedimos una habitación. Hasta aquí todo se desarrollaba de forma normal. Pero el posadero, al vernos con tantos harapos o mal vestidos, nos exigía el dinero por adelantado. Como no teníamos suelto, mi padre sacó un billete de mil pesetas. Vi la cara de asombro del señor que nos atendía. El pobre hombre, no por no llamarlo de otra manera, le hizo una señal a otro que había en la sala, que salió apresuradamente, regresando con la Guardia Civil. Ésta, después de asediarnos a preguntas por qué pensaba que éramos unos ladrones y que el dinero lo habíamos robado, sin sentir lástima por un ciego y una niña que temblaba, no solamente por el frío sino más bien por el miedo. Después de mucho esperar nos dejaron en paz, pero tuvimos que volver a la calle quedándonos en un portal con todo el frío, para no caer en el mismo problema.

Esto nos ocurría muchas veces en una España en la que los hombres no eran capaces de sacarse el odio de una guerra recién terminada. Todas estas y muchas más penas, que no podían impedir que creciera, me fui haciendo mayor y, como toda criatura, también tenía derecho a enamorarme. Pero antes de pasar por este capítulo, pasaría algo muy grave en la vida de mis padres. Donde vivíamos, nuestros vecinos eran de lo más normales hasta que se instaló allí una familia de gitanos. Como mi madre estaba mucho tiempo sola, uno de los gitanos se encaprichó de ella. Dicen que por arte o brujería le cambió la mente y la personalidad, dejando a mi madre y a mis hermanos. Creo que este fue el detonante para llevar a mi padre a la muerte. La utilizaban para todo, incluso la obligaban a pedir por las calles bajo amenazas, pero quizá ella entendió que era su destino y lo llevó muy valientemente.

Amigo mío, la vida sigue y empecé a formar mi propia familia con un buen hombre. El día de mi boda estaba enferma en cama y el que sería mi marido me dijo que me levantase por qué él se quería casar conmigo aunque se quedase viudo. De esta unión vinieron tres varones y una hembra. Pero la vida me tenía más sorpresas. Estando embarazada de uno de mis hijos detuvieron a mi marido. Por aquél tiempo era normal que pasara eso, estábamos frente a una guerra recién terminada donde los derechos humanos brillaban por su ausencia. Tenía que ir casi cada día a verlo a la prisión, dónde mis súplicas y llantos no sirvieron de nada. A mi hija la tuve en el hospicio. A mi también me detuvieron y estuve presa algún tiempo. Mi marido murió al poco tiempo de salir de la prisión. Me quedé viuda cono treinta y ocho años, con una hija de once años, uno de tres, con una parálisis infantil y no podía caminar, otro de tres y el pequeño de dos meses. Me tuve que poner a lavar ropa a los militares, vender periódicos en una esquina, limpiar servicios. Me retiraron la paga que tenía. Tuve que hacer malabarismos para poder criar a mis hijos, y hoy me siento muy orgullosa de haberlo conseguido, con mucha necesidad pero con la mejor educación. Como a todo ser humano, les di los estudios que en aquellos momentos podía. Ya como unos jóvenes iban y venían y muchas veces se encontraban con una anciana que pedía, pero que jamás les pidió a ellos. Es más, cuando coincidían, ella agachaba la cabeza y se marchaba. Era su abuela. Y para que no se avergonzaran de ella huía cuando podía.

Quisiera pedirte a ti y a los lectores perdón por no deciros mi nombre al empezar, mi nombre es Francisca. Quiero acabar mi historia aquí, aunque dejé muchas cosas por contar, de antes y después de que tuviera que emigrar a una ciudad más grande, con mucho trabajo, pero muy fría en el trato, a la cual no quise ir hasta que me pude mantener con la pensión, motivo del trabajo de toda una vida. Bueno, amigo mío, nuevamente te doy las gracias alegrándome mucho porque mientras escribías yo estaba sentada junto a ti y tú lo sabes…AMIGO.

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