domingo, 24 de abril de 2011

EL TESTAMENTO ESPIRITUAL DE UN CREYENTE


Este es mi testamento espiritual:

Dios lo ha querido y yo lo acepto. Siempre he estado a su disposición, acatando todo lo que él me mandase, por muy difícil que fuera y no puedo echarme atrás ahora, aun cuando me cueste entenderlo. Vivimos tan intensamente que parece que no pueda ser que, de repente, de hoy a mañana te pueda atrapar una enfermedad como la que se ha enamorado de mí y paralizarlo todo. Pero la realidad ha sido esta, y es esta la que hemos tenido que aceptar y encarar, a pesar de que nos cueste.

Marcho conformado, tranquilo y sereno, pero con el alma sobrecogida por todas las personas estimadas que dejo. Mi esposa Isabel y nuestros hijos David y Juan, mis padres, hermanos, tíos que se han desvivido por mí y me han dado más amor del que podía imaginar, y también el de tantos amigos y amigas y conocidos que he sentido tan cerca durante todo este proceso que me lleva hoy aquí. No sabéis el bien y el calor humano que he llegado a experimentar muy adentro del corazón, y como me ha ayudado a luchar hasta donde he podido al sentir vuestro aliento afectuoso siempre muy cerca.

Sé que hoy también marcha un compañero, no ha sido nunca para mí un sacrificio el poder ayudaros, era más bien como una disponibilidad que sentía, y os puedo decir que bien ha valido la pena, que he sentido muchas cosas, compartiendo muchas horas de trabajo, de preocupaciones, pero también anhelos y muchas ilusiones y momentos preciosos, tanto con la totalidad de compañeros, como el amplio abanico de jefes, encargados y directores. He podido hablar con tantas gentes que siempre me sentí amigo de mis amigos. De todas las maneras, me debo haber podido equivocar algunas veces y por esto querría pedir disculpas si alguien en algún momento se ha sentido desatendido, defraudado, o decepcionado. Ser y hacer de labrador ha sido mi vida y quiero reivindicar la necesidad que tiene la sociedad de demostrar con hechos más que con palabras que nuestra actividad es imprescindible pero que, a la vez, la gente que vivimos en el campo no podemos ser unos llorones eternos, sino unos innovadores y renovadores constantes. Ser cristiano no es suficiente, ante todo hay que ser mucha mejor persona.

Amigos y compañeros, os aliento a seguir trabajando para poder llegar a la plena soberanía de una España con trabajo para todos, donde los jóvenes pasen de las inseguridades, tristezas y desilusiones a tener más confianza en los que mandan y todos juntos hacer una convivencia mucho mejor. Un país donde quepa todo el mundo, que nos llegue con honrados y ganas de trabajar. Ya sabemos lo que pasa, pero en honor a la verdad también es cierto que hay mucha gente que se dedica de una manera correctísima y pensando solo en el bien de todos.

No seamos injustos poniendo a todo el mundo en el mismo saco. Y a la clase política le pediría más generosidad y mucha apertura de mira, no hay nadie en posesión de la verdad ni de nada que sea de todos, ni nadie puede atribuirse ser España. Y mi pobre y amada iglesia, tan cómoda en Roma y tan desubicada en la cueva de Belén. Esta jerarquía tan alejada del Concilio Vaticano II, y a la vez tan recelosamente carente de aquello que debería ser secundario. Tan satisfecha haciendo celebraciones con reminiscencias del pasado dentro de engalanados templos, y tan ausente en su principal misión evangélica, la de puerta hacia fuera, allá donde aplicar y vivir la fe y la donación en la que cobra todo su sentido, el ser cristiano.

Como me he sentido cerca siempre de la gente sencilla que trabaja en sus parroquias, de la gente que por amor a Cristo se da de manera humilde y nada ruidosa. Como me acuerdo y hoy más mandándoles todo mi amor a los monjes y médicos, cuidadores de todos los hospitales del mundo, creyentes o no creyentes, entregados de lleno a derramar amor sobre quién más lo necesite, ya sea por fidelidad al Evangelio, ya sea por amor a la dignidad humana. Y es vergonzoso que los cristianos a estas horas todavía vivamos divididos.

Todo irá mejor, ya lo veréis, el mal siempre hace mucho ruido, al contrario del bien que es silencioso. Pero hay mucha bondad todavía en mucha gente para cambiar muchas cosas y poderes. Seguro. El mundo ha de ir a mejor. Trabajemos para hacerlo realidad.

Bien me voy, me quedo con el hijo del carpintero de Nazaret, mi guía en la vida terrenal. Aquí cerca de la Virgen del Carmen os digo adiós. Dios lo ha querido y yo lo acepto y le pido que os ayude a aceptarlo a vosotros. Que en el cielo nos podamos reencontrar todos juntos. Me llevo todo vuestro amor y todo vuestro afecto dentro de la cajita de mi corazón.

No hay comentarios: