domingo, 24 de abril de 2011

MI VIDA


Este humilde mensaje lo envío para que sirva de enseñanza para todas las personas que pasan de la madurez a la vejez.

Dicen que para el hombre formar una familia es la empresa más importante y al mismo tiempo la más difícil, ya que nos convertimos en directores, vigilantes, trabajadores y comerciales.

Quiero darte las gracias amigo y al mismo tiempo te pido perdón por aprovecharme de tu energía para que este escrito salga a la luz, y no quede en el más puro anonimato.

Bien, mi nombre es Manuel nacido en un pequeño pueblo de tantos que hay en nuestra bella España. Caminante de mil caminos que en uno de ellos tuve la gran suerte de conocer a mi mujer Ana, desde el primer momento nos dimos cuenta de que el uno estaba hecho para el otro. Después de conocernos muy a fondo decidimos formar una familia, así fue, vivíamos muy felices, nos teníamos tanto amor que cada día era como una ilusión como si viviéramos en una nube y fuéramos los únicos que viviéramos en la Tierra.

Cuando vimos el nacimiento de nuestros hijos pensamos que el quinteto que formábamos era ya suficiente. Los formamos con una educación basada en el respeto, el amor y la verdad ante todo, crecieron con toda la alegría de ser jóvenes, con mucha salud eligiendo cada uno de ellos su profesión o carrera, los dejamos que ellos mismos las condujeran, pero siempre y en todo proyecto que iban a realizar estábamos nosotros. Esto último les creó una auténtica confianza y madurez que más tarde sería la puerta abierta para andar pisando terrenos duros y no blandos. Cuando empezaron con sus amoríos, tengo que aclarar que los tres unos a otros se llevaban once meses, con esto queremos decía que son como trillizos.

Gracias a Dios no desfilaron muchas mujeres por nuestra casa, dos mayores se casaron con las que conocieron de primera, el único que era un poco indeciso fue el pequeño, que a la tercera fue la definitiva. Había tanta alegría que nuestra vejez la veíamos llena de felicidad y amor junto a nuestros hijos y nietos. Pero como siempre la sombra de la tristeza avanzaba sin poder detenerla.

Un día creo que fue en el cumpleaños de nuestro nieto pequeño me di cuenta en el cambio de actitud de Ana, su cara me decía que algo no marchaba bien, como siempre no quería que nadie se preocupara por ella, no quería que por ella la fiesta y estar todos juntos se terminara. Pero no pudo más, cayó al suelo y automáticamente la llevamos al hospital, después de un exhaustivo chequeo el diagnostico no era ni mucho esperanzador. Nos decía que había metástasis por todo el cuerpo y que duraría muy poco, y así fue el día 11 de julio. Y después de estar todos juntos le dio un beso a todos y cogida de mis manos me dijo: siento mucho dejar la Tierra por todos, pero más por ti porque aunque tengas a tus hijos y nietos estarás muy solo. Y con estas palabras nos dejó para siempre.

El cambio fue brutal, y más cuando estamos acostumbrados a nuestras mujeres que nos ayudan, y más a mí que era muy patoso para los quehaceres del hogar, aunque le ayudaba ella llevaba todo el peso. Los primeros días fueron duros para mí, se me quitaron todas las ganas de vivir pero lo que más me costaba era disimular delante de mis hijos y nietos, tendríamos que hacer unos cursos aunque sean acelerados y así saber comportarnos en cada situación que la vida nos tiene reservadas.

Pasados los dos meses de la muerte de mi querida esposa hablé con mis hijos y les plantee mis intenciones, era de entrar voluntariamente en un geriátrico, ellos se opusieron desde el primer momento pero mi decisión y argumento era muy sólido. Tengo que decir en honor a la verdad que ellos los tres al igual que mis nueras y nietos, me han demostrado mucho cariño y respeto, pero comprendí que mi lugar era en ese geriátrico que al igual que yo ellos disfrutarían de libertad. Mi relación antes y ahora era muy buena, pero siempre me gustó ser un poco ermitaño, mi mujer desde siempre, incluso cuando éramos novios me decía el sobre nombre del “Solitario”. Todos se interesaron por mi lugar donde residiría para que no me faltara de nada y que el confort y comodidad fuera de primera.

Así, unos días antes del verano ingresé en esa ciudad de personas adultas y no viejos, que en el descanso de los bancos a las sombras de esos árboles que se alegraban de escuchar tantas historias alegres y otras no tan alegres, pasaban la segunda o tercera etapa de sus vidas.

Yo me adapté muy pronto a esta vida con los días calcados unos de otros, pero no es el lugar dónde se viva, es saber porque estamos aquí y cuáles fueron las circunstancias que nos llevaron a ello. Recordando siempre a mi mujer mi tristeza iba en aumento, aunque estaba alegre y participaba a todos los actos del geriátrico las ganas de vivir hacía mucho tiempo que se fueron. Cada noche le pedía a Dios que si faltaba mucho para cumplir mis días en la Tierra para volver con ella, para estar juntos para siempre en la eternidad.

Lo peor que llevaba era la noche, el silencio muchas veces unía a mis lágrimas y sollozos. Pero si Dios así lo quiso el sabría porque. Siempre que podían mis hijos me visitaban unos durante la semana y todos los fines de semana, yo personalmente los veía muy tristes aunque a mí me vieran bien, pero aceptaban que yo estuviera allí. Una noche que no podía dormir les escribí una carta porque creía que mi vida se me marchaba a paso ligero.

Queridos hijos y nietos, esta carta es para deciros lo orgulloso que me siento de todos ustedes, quiero que nunca os reprochéis unos a otros lo que yo pedí un día voluntariamente aquí, siempre quise educaros de una manera firme y única al igual que vuestra madre cuando vivía. Lo mismo que yo nos iremos contentos y felices de haberlo conseguido. Hijos míos, me queda muy poco tiempo de vida en la Tierra no sufrir por mí, porque cada noche tengo una visita muy importante que me da las manos y me dice que no tenga miedo. Yo creo que es vuestra madre que me está esperando para que viaje con ella. Abrazaros todos junto a mí para que yo os diga cuanto os quiero. Adiós.

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