domingo, 24 de abril de 2011

LA ÚLTIMA ESTACIÓN


Es el lugar donde muchos tenemos que llegar, no hay horas ni edad, muchos tenemos tiempo de reflexionar, en cambio otros no pararán.

El primer grito que damos al nacer es para que nuestra familia sepa que ya estamos aquí y así empezamos a cabalgar en este mundo, al cual traemos un libro con las páginas en blanco dónde nadie, absolutamente nadie, ni familia, ni amigos pueden escribir en él, lo mismo que tampoco nos pueden cambiar el chupete por la forma de borrar.

Empezamos poco a poco a dispersar esas tinieblas en la cual hemos vivido durante nueve meses, para empezar a vislumbrar la luz de la vida donde empezamos, primero a conocer nuestros padres, que con su comportamiento formaran la personalidad, la fortaleza y confianza para enfrentarnos a este mundo donde voluntariamente hemos querido nacer.

Más tarde conoceremos a los hermanos, si es que los hay, sino a la familia paterna y materna, en las cuales si hay amor y se llevan bien formarán nuestros caminos, nuestra estructura fortalecida para enfrentarnos a los retos que se nos planteen a lo largo de nuestra vida. Más adelante conoceremos un poco la vida fuera de la protección de nuestro hogar, asistiendo, por primera vez al parvulario donde nos tendremos que defender sin que estén nuestros padres, pero esto nos servirá, entre sonrisas y lágrimas, salir un poco de estar entre algodones y de tantas protecciones de la familia, creyendo que somos de cristal y por lo tanto, en cualquier momento, si no están ellos podemos rompernos.

Van pasando los años y entramos en la pubertad, puerta abierta al no saber que es realmente lo que queremos, culpando a nuestros padres de que no nos entienden. Buscamos la tan socorrida formula de ser un cordero con los amigos y en la casa un poco “demonio”, lo que nunca comprenderán que aunque seamos “carrozas” como ellos dicen, también fuimos jóvenes como ellos, pero en una sociedad muy diferente donde los valores humanos tenían un puesto muy importante.

Damos un buen salto a la juventud con un abanico muy amplio de ilusiones, sueños y muchas incomprensiones, subiéndonos a un caballo que queremos que nos lleve a muchos lugares para saber qué camino coger y llenar esos vacíos del alma. Primicias de amor de esa juventud que empiezan a latirles el corazón con un poco más de ritmo.

Abeja que va de flor en flor para encontrar el mejor néctar para formar su hogar como una herencia de los mayores.

La madurez está formada por la recolecta de los mejores frutos de nuestro comportamiento, nuestras ideas, estudios, estado laboral, obligaciones y responsabilidad. Nido de ilusión fortalecido con esas ramas de amor para que con el compañero o compañera que hemos elegido nos comprometamos a criar y educar a nuestros hijos en un marco de tolerancia y respeto.

Pero como todo se está disparando, nadie aguanta a nadie y más la juventud porque cogen un tren llamado felicidad donde en cada estación van dejando parte de ella, bien por carácter, por economía y por un tercero o tercera llegan a una estación que si hay descendencia todavía es más duro, no para el adulto, más bien para los más pequeños y no sabemos si seguir adelante, coger el próximo tren y darnos la vuelta, o seguir en ese tren que nos lleva hacia la nada.

Esto es muy diferente cuando llega la madurez, hay más rosas que espinas, la vida cambia totalmente asomándonos al balcón cogido con tu pareja de la mano y comprobar que tus hijos y nietos han crecido. Espejo dónde te ves más mayor, con el pelo más blanco, pero con la satisfacción de llegar y haber cumplido el compromiso de ser padres.

Vejez aceptada para no mirar atrás los momentos vividos en nuestra niñez, pubertad y juventud. Achaques de dolencias de un cuerpo deteriorado después de luchar en mil y una batalla. Tren que cogemos con un billete sólo de ida, viaje lento sin prisa para reflexionar y mentalmente pedir perdón por los errores, muchas veces cometidos sin mala intención.

Viaje a la última estación consciente de la vejez, con paz, tranquilidad y fuerza, llevando en tus alforjas todos los recuerdos de tus amigos, las sonrisas de tus hijos recopilando todos los momentos vividos con tu pareja, y con un pensamiento como si fueran mil gritos que no acaban de salir de nuestra garganta para decirle al mundo entero MAESTRO MISIÓN CUMPLIDA.

Nunca tenerle miedo a la última estación porque cuando nacemos nos dan un bono-tren para todos los viajes y siempre reservareis para el último viaje.

Última estación donde todos nos reuniremos para regresar al lugar de dónde hemos venido.

3 comentarios:

Unknown dijo...

a si es y a si será...

Anónimo dijo...

Que gran persona que gran energía usted es lo más hermoso y generoso que he conocido en la vida tengo tanto que agradecerle a usted y a su mujer sin ella a su lado todo no habría sido igual es energía pura gracias por tanto

Silvia dijo...

Sr. Antonio, ayer fue un placer estar con usted en su casa y recibirme. Todavía ando procesando información,consejos y metáforas recibidas y verdaderamente me reconfortó mucho esta visita y que no va ser la última, se lo aseguro. Muchas gracias por todo. Nos vemos pronto.