domingo, 24 de abril de 2011

SENSACIONES PERCIBIDAS EN LA VISITA A NUESTRA SEÑORA DE LOURDES


Han sido muchas las sensaciones que tuve en la visita a Lourdes y, la mayoría, positivas.

Comenzando por el buen ambiente durante el viaje (sensación de compañerismo, solidaridad, y camaradería); siguiendo con el bien estar durante la estancia en el hotel (sensación de fraternidad y condescendencia), y terminado - y más importantes - por las percibidas en las actividades que nos llevaron allí, todas las he considerado muy provechosas.

En el saludo de llegada que se dispensó a La Madre, la sensación fue de alegría, felicidad, dicha, gozo y satisfacción por poder estar nuevamente ante Ella y saludarla con una oración conjunta.

En la cadena de energía, viendo a todos los compañeros agarrados de la mano, uno tiene la sensación de que nadie quiere dejar escapar lo bueno que hay dentro de este círculo, y se nota un fervor, un amor, un agradecimiento que cada cual percibe a su manera.

A la hora de hablar me emocioné de tal forma, que solamente acerté a agradecer a La Madre lo mucho que nos da, y que haya puesto en mi camino – en estos últimos años – a una persona que me ha ayudado mucho.

La sensación de fervor es enorme cuando se realiza el rezo del Vía-crucis. Es en estos momentos o en otros parecidos, cuando uno se da cuenta de la grandeza del Señor y de lo privilegiados que somos por tener lo que tenemos; y es aquí donde debemos recapacitar, y pensar que estamos de paso, y que los bienes materiales son perecederos.

Lo más importante es ser comprensivo, cariñoso, tolerante, solidario, pacificador y todo aquello que sea bueno para los demás y el hacerlo conforte a uno mismo.

Es muy difícil describir las sensaciones que se reciben, y yo lo intento hacer con la mayor humildad.

¡Qué momento más emocionante la imposición de manos! No se puede explicar lo que se siente allá arriba en el silencio de la madrugada. Es algo tan agradable, tan espiritual, tan trascendental, tan maravilloso, que cualquier explicación se queda cortísima, si se compara con la sensación de tanta grandeza, que uno recibe.

Se siente una paz, un sosiego, una tranquilidad tal y la emoción es tan grande, que no puedes por menos ponerte a llorar y pensar: ¡cuán agraciados que somos!

Estas han sido, a grandes rasgos, las sensaciones que he tenido; aún cuando es bien cierto que las más importantes son aquellas que – para explicarlas – no se encuentran palabras.

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