Cuando llegan a tus oídos miles de historias, a cada una de ellas le das la misma importancia porque todas llevan una capa de realidad. Un buen día llegó a mí esta historia, contada por su hija, pensé que sería bueno sacarla a la luz, esperando que muchos seres humanos se identifiquen con ella y sirva para que jamás se pueda repetir la crueldad que vivió la protagonista a la edad de seis años.
Quiero empezar con mi ficha de identificación, mi nombre es Pilar, puesto en honor a la Virgen y heredado de mi abuela materna. Mi lugar de nacimiento fue un pequeño pueblo de la provincia de Gerona, mis padres Andrés y María. Su dedicación era el campo donde y a través de sus esfuerzos sacaban el sustento para la familia, compuesta por ellos y por la única hija. Pero quiero reseñar que si al nacer supiéramos nuestro destino muchos, creo que no naceríamos. No quiero el lector haga un juicio equivocado de mi o de mis padres, porque si tuviera que escoger una figura geométrica me descartaría por el triangulo. Figura hermética, fuerte y de gran equilibrio. Esto era precisamente lo que había salpicado en casa con ese amor que me garantizaba una niñez protegida.
Pero la vida es un sueño ligero que cada vez que despertamos es muy distinto al día anterior. Dicen los grandes pensadores que el tiempo pasará tan rápido que no nos daremos ni cuenta. Así fue, en un abrir y cerrar de ojos de pronto me encontré como si fuera una anciana de seis años, en este corto espacio de tiempo creo que fui feliz, y más con la llegada de mis hermanos, tres en total y yo la mayor. Pero un día desperté a la realidad tan cruda, como la enfermedad de mi madre, que sin poder evitarla se consumía como una vela. A mi corta edad, ya me daba cuenta que la cosa con respecto a mi madre no iba nada bien, y más aún viendo la gran preocupación que tenía mi padre, al verlo así se me partía el alma. Y más cuando eres una niña y tiene a este padre fuerte como un roble, con un corazón que no la cabía en el pecho. Amigo de los amigos y con ese amor tan especial hacia mi madre, al verlo llorar a solas me sentía impotente de no poder aliviar su pena, y la gran tragedia que se nos venía encima. Lo más importante era que mi madre no superaría la enfermedad, en segundo lugar que sería de nosotros, porque mi padre como trabajador el número uno pero para la casa y cuido de nosotros era un desastre.
Los días fueron transcurriendo, unos calcados con otros, médicos, más médicos, mañana, tarde y noche. Muchas medicinas hasta que el cuerpo de mi madre dijo basta, y una mañana después de una noche muy agitada se fue sin decirnos adiós.
Quiero que el lector se haga una idea del cuadro que quedó después de enterrar a nuestra madre, tres hijos pequeños llorando, los pequeños sin saber porque lloraban. Quizás al vernos a mi madre y a mí llorando ellos que aun no comprendían se unieron a nosotros. Pero la vida nos enseña que hay que secar las lágrimas y ver el camino para seguirlo andando. La familia por ambos lados fue muy solidarias, al principio de todos ellos la que más se veía afectada y doliente era mi tía Carmen, hermana pequeña de mi padre. Todo el tiempo que duraron los funerales de mi madre estuvo pegada a mí, llorando a pulmón abierto. Aún hoy recuerdo sus palabras lastimeras hacia mí: pobrecita mi niña que solita se ha quedado, pero su tía Carmen la cuidará y será su segunda madre. Engañó a todos, incluso a mí porque debajo de ese llanto se escondía el ser más hipócrita y cruel que yo hubiera conocido. Cuando pasa el tiempo todo vuelve a su sitio, pero mi padre no podía atendernos y decidió repartirnos. Como una mala lotería me tocó con mi tía Carmen. La llegada a su hogar fue tan triste como la casa en sí, había muy poca luz, no solamente en las habitaciones, también en los corazones de ella y de su marido Juan, que con su mirada me estaba dando a entender la vida tan cruel que llevaría junto a ellos.
Quiero que me situéis un poco en mi mundo, era una niña con seis años que acababa de perder al ser más maravilloso de la Tierra, mi madre, muchas veces los adultos no valoran el sufrimiento de los niños. Ellos creen equivocadamente que al no comprender nuestros sentimientos no son como los adultos, que gran equivocación. Yo a esa edad, mi tristeza era tal que dejé de tener ilusión hasta para jugar con muñecas, pasamos y a través del dolor de niños a adultos en un instante. El resentimiento de mi tía lo narro a continuación, sus palabras era tan frías que las comparé con la lápida de mármol con la que taparon la tumba de mi madre: bueno, quiero que pienses y que nunca se te olvide que estas en mi casa, y como eres una muerta de hambre te ganarás tu alimento trabajando de criada para mí.
Me quedé tan sorprendida que mis ojos la miraban con tanta incredulidad que reaccioné cuando escuché un fuerte grito, y noté como si alguien me tiraba un fuerte tirón de pelos. De alguna manera marcaron mi territorio y me demostraron que yo no era nadie, tenía que acatar todas sus órdenes sin rechistar.
Mi habitación era la más alejada de la casa, servía de cuarto de los trastos. Habían habilitado una simple cama que muchas veces la compartía con mis amigos los ratones, y otro que algún insecto. Mi trabajo consistía en limpiar, fregar y ayudar a mí tía en la cocina. Jamás el tiempo que permanecía junto a ella me hablaba, solamente cuando me gritaba para mandarme algo o regañarme cuando me había equivocado en algo. Pero hasta los seres más esclavos o tristes cumplen años. Ya con trece años comprobé una vez más la crueldad de mis tíos, obligándome a satisfacerles en todos sus caprichos, y más mandándome de noche hasta el pueblo, sabiendo que estábamos en guerra y que había muchos soldados hambrientos de mujeres. Por suerte nunca me pasó nada, creo que incluso si alguno se hubiera atrevido le hubiera dado tanta pena de las pintas que tenía. Parecía más un espantapájaros que una chica de trece años. Pero esto no frenó, a las intenciones de mis tíos había que añadir una cosa más, a los malos tratos que era sometida día a día con sus correspondientes humillaciones. También al acoso sexual de esta mala bestia, incluso con el consentimiento muchas veces de mi propia tía. Por suerte nunca pasó nada, pero más de una vez tuve que dormir en la calle porque este buen señor estaba esperándome en mi propia cama. Un día vino mi padre a visitarnos, pero antes de que llegara me amenazaron de muerte si hablaba. Me vistieron con las mejores galas y así nuevamente para engañar a mi pobre padre que estaba ajeno a la maldad de mis tíos.
Quiero dar un salto de caballo a mi vida. Cuando cumplí los dieciséis años ocurrió algo que serviría para que yo decidiera de una vez por todas el rumbo de mi vida sin que nadie, ni por miedo ni cohesión lo decidieran por mí. Desde la noche anterior y muy cerca de casa había muchos soldados acampados. Muchos de ellos venían a casa a pedir comida o agua. Un día mi tía me llamó y en presencia de mi tío me dijo que tenía que acostarme con algún que otro soldado, y así poder ganar dinero para costear mis gastos. Quiero que imaginéis la situación, una niña con dieciséis años sin ninguna experiencia sexual tirada a los deseos de una sauria humana. Creo que mis gritos y llantos llenaron toda la casa, cuando me repuse subí a mi habitación, cogí mis pocas pertenencias y mirando a mi tía a la cara le dije: que Dios te perdone.
Cuando salí de la casa mi liberación fue total, encontrando un camino que hasta ahora no había encontrado, un camino de libertad, de felicidad y honestidad. Con dieciocho años conocí al que fue mi marido, el que me enseñó el respeto, la amabilidad y el valoramiento hacia los seres humanos. Tuvimos una sola hija. Pero un día él se marchó a esa vida donde todos tenemos que ir algún día. Hoy a mis setenta y seis años estoy muy enferma pero tengo a mi hija y mi yerno que me cuidan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario